1. Dora el pollo en una sartén con un chorrito de aceite. Sin prisas, dóralo con cariño. (Es la estrella, trátalo bien).
2. Mientras tanto, cuece el arroz en agua con sal. Blanco, basmati, el que prefieras. (Lo importante es que quede suave, no demasiado cocido).
3. Prepara la salsa en un tazón pequeño: almidón + azafrán + leche. Mezcla bien. Al principio estará líquida, pero créeme: el almidón actúa silenciosamente.
4. Cuando el pollo esté listo, vierte la salsa en la sartén. Revuelve, espera, observa. Se transforma. (La crema siempre sale, si tienes paciencia).
5. Escurre el arroz y saca las tazas de café. Llénalas de arroz, presiónalas bien y luego colócalas boca abajo sobre el plato como si fueran un castillo de arena. (¡Sí, te explicaste muy bien!)
6. Coloca el pollo con su crema al lado o encima. ¡Y mira! ¡Efecto sorpresa garantizado!
💬 Nota de la abuela:
“Hasta las recetas de papá merecen un buen plato, un mantel planchado y un aplauso final”.