1. En un bol grande, mezcla la ricota, la harina, el parmesano y el cebollino (si no los añades, al menos finge). Forma una bola compacta. No me preguntes cuánto tienes que amasar: cuando sientas que está en su punto, está en su punto. Envuélvela en film transparente y déjala reposar en la nevera al menos media hora. Como tú, después de un día corriendo tras todo.
2. Mientras tanto, lava y corta los tomates cherry en cuartos. Mete la mitad en la boca y la otra mitad en un bol. Añade aceitunas, alcaparras, anchoas, aceite, albahaca picada a mano (¡no con tijeras, claro!), perejil y una buena cantidad de pimienta. Prueba y rectifica de sal, pero si te apetece decir "quizás le falte algo", la respuesta es sí, sentido común: añádelo.
3. Toma la masa y forma pequeñas salchichas. Luego, córtalas en trozos de aproximadamente medio centímetro. No necesitas un cortador de ñoquis; aquí lo hacemos como antes.
4. Cocínelos en agua hirviendo con sal y, en cuanto floten, sáquelos. No los cocine eternamente. Deben quedar blandos, no momificados.
5. Mezcla los ñoquis con la salsa, con cuidado, pero sin miedo. Necesitan hacer amigos, no una videollamada.
6. Sírvalo caliente, con una hoja de albahaca encima. A la abuela también le importa la estética, no solo la sustancia.
El consejo de la abuela:
“Los ñoquis se hacen a simple vista, se comen con amor y se comparten sólo si la persona que tienes delante lo merece”.